No podía dejar de compartirles es bella receta en poesía de Mariana Ruiz, escritora tarijena.
“Pocas cosas son tan buenas como comer mandarinas mientras el sol tuesta tu piel” me dice Rosalba, y no puedo sino coincidir y desperezarme. Es la hora de la siesta, junto a la fragancia cadenciosa de las frutas está el olor seco de las cáscaras de maní. Es el otoño, el sol apenas alcanza a regalar tibieza y nosotras vamos pelando el maní crudo para la sopa del día siguiente. “Naturalmente” me cuenta Rosalba “el maní es un producto adaptado a estas tierras, como son adaptadas las recetas españolas o francesas que conforman nuestra cocina. La mezcla de recetas y productos es la bendición gracias a la cual cada lugar posee una esencia propia. Aquí, en las recetas de avellanas y almendras interpusimos los maníes y las almendras del Beni, a las liebres las cambiamos por cuises –conejitos de la india- a los condimentos europeos añadimos los nuestros, por sobretodo el ají en vaina, colorado o amarillo. Y aquí” me dice, mientras me alcanza otra mandarina, con un gesto grácil, la blancura de sus dedos contrastando el verde de la cáscara “descubrieron nuestras frutas…” Pobres de espíritu los que suponen que en el mundo hay sólo una variedad de cada cosa: un solo tipo de arroz, una sola especie de papa. Mis ojos recorren mentalmente las coloridas pirámides de fruta que esta mañana vimos en el mercado, mi boca paladea el nombre de sus frutos: banana; plátano-manzana de cáscara roja; guineo; dulce cajita, el más pequeño y dulce de todos; papaya; sandía; ciruelo morado; ciruelo verde y dulzón; damasco; cereza; guinda; tuna; achachairú; chirimoya; carambolo; mandarina; toronja; lima; melón; melón rosado; melón pepino de cáscara a rayas; uva negra y moscatel; nuez fresca; tamarindo; tumbo; durazno frisco; nectarín; caqui; manga rosa; mango; manzana criolla; palta; coco; perita verde; higos; pasas: de uva, de ciruela, de higo; frutillas; frambuesas. La lista podría seguir. Todas frescas, todas apiladas bajo la mirada atenta de quienes te invitan a probar, para comprar luego. De este tipo de abundancia pocos saben en la tierra.
Para la sopa de maní Rosalba prepara un caldo espeso con patas de pollo, cebolla rallada y tomate ídem. Cuando éste ha tomado sabor y consistencia le añade una taza de maní crudo pelado en agua caliente y licuado, y espera con proverbial paciencia a que esté cocido. Casi al final, le añade palillo (cúrcuma) para teñirlo de amarillo y perfumarlo, y da un hervor a papas y zanahorias cortadas en bastones en el mismo caldo. Algunos deciden obviar el palillo y tostar fideo para que la sopa sea blanca pero no menos sabrosa, otros además le añaden arroz. Es plato apto para todo tipo de estación, se sirve espolvoreado de crocantes y diminutas papas fritas y acompaña bien cualquier almuerzo. La sopa, como las frutas, varía de estación a estación, pero es infaltable en cada mesa: redondea y completa el”segundo” o plato fuerte, prepara los estómagos y caldea los corazones. Un almuerzo sin sopa es para muchos, entre los que me incluyo, la triste sensación de que ese día las cosas van apresuradas, y el vacío que implica a la hora del condumio sólo puede compararse a la ausencia de un ser querido, tan necesaria es su presencia y acompañamiento.
Por: Miguel Esquirol Ríos
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Ruiz revela esta noche “Los secretos de Rosalba”.
ANIMAL DE CIUDAD: los secretos de rosalba [el recetario].
