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En la corte de Huayna Capac

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En la corte de Huayna Capac
Cuentillo escrito con recetas de Rita del Solar
No sé qué elogiar más, si la hospitalidad del emperador Huayna Capac, según la solicitud que hice para publicar un reportaje en este medio que circula bajo la cauta dirección de Tupac Chávez, o la belleza de Cusi Pusy, una de las concubinas del Inca que lo esperaba en Tiwanaku. Serían las cinco de la mañana cuando la guardia del emperador me despertó para iniciar la entrevista. Salí de una habitación ubicada en la base de la pirámide de Akapana y pude distinguir en la penumbra la silueta de Huayna Capac descendiendo por la escalinata desde la puerta del dormitorio real, mientras conversaba con sus consejeros locales. Hablaban una jerigonza de aymara y quechua a una asombrosa velocidad de lengua. El señor Capac transitaba de uno a otro idioma como una avispa y los consejeros festejaban cuando me acerqué a saludarle. Vestía ropas talares de fina lana de vicuña que le llegaban a los pies y un ch’ulu de colores que le protegía la cabeza y las orejas del intenso frío de la madrugada. Me sumé al séquito y nos acercamos a la portada de Kalasasaya para recibir el primer rayo del Sol. El emperador presidía el cortejo y los sacerdotes que esperaban le alcanzaron un k’eru donde humeaban cortezas fraganciosas traídas de Sorata. Pronunció alabanzas que los sacerdotes repitieron en dulce salmodia y de ese modo se inició la jornada. Tan absorto estaba con la ceremonia que no vi el cortejo de ñustas que servían el desayuno mirando al sol naciente que lanza su primera luz por el portal de Kalasasaya: Api de maíz morado para calentar a quien madruga y Llauchas de Mama Juana. Qué deliciosa la morada textura del api, así como las picantes empanadas con queso líquido de leche de llama primeriza, y qué gran tipo el emperador cuando comentaba las cosas menudas de su solar imperio a los risueños sacerdotes que lo escoltaban. Poco después se retiró para atender asuntos de Estado y eso me dio tiempo para divisar la planicie desde la cúspide de Akapana y disfrutar del esplendor de esa ciudad de oro y piedra que desafiaba el brillo del Padre Sol. Cerca del mediodía fui convocado por dos edecanes incaicos para acompañar a Huayna Capac al almuerzo de gala que las ñustas habían preparado para el solsticio de primavera. Una morena dulce y definitiva me sirvió un yungueño de coca que rociaba la Ocopa de papas andinas y los anticuchos de corazón en zumo de jallpahuaica. No era mi propósito conversar con el emperador, tan sólo quería observar un día de su vida, pero disfruté de su buen humor y sus comentarios de hombre de mundo que arrancaban olímpicas carcajadas a los cortesanos. Huayna Capac había vivido tanto y en lugares tan distintos durante su celeste reinado, que tenía la palabra precisa y la sonrisa perfecta para cada episodio del día. De pronto volvieron las ñustas llevando en una gigantesca bandeja de oro la entrada del banquete: Trucha al singani con camotillos del Inti, que manjares que literalmente se deshacían en mi paladar como un suspiro solar, dejándome una dulce morriña de hierbas humildes. No me recuperaba aún de esa andanada de delicados sabores cuando llegaron los platillos siguientes: un Chairo chuquiaguino con mil y una hierbas y un Lojro Yungueño. Festejé la soltura del emperador al condecorar cada cucharada de esos delicados y caldosos platillos con jallpahuaica de ají amarillo y huacataya finamente picada. Lo imité, pero apenas pude apagar el incendio palatino con una prodigiosa tutuma de chicha de quinientas alpacas de fuerza.
Huayna Capac notó mis tribulaciones y pronunció un comentario sobre mi castidad palatina que arrancó carcajadas de la Corte. A estas alturas no sabía dónde dirigir la mirada, si al esplendor de la mesa imperial o a la belleza de las ñustas, pues es sabido que el ají despierta la sensualidad. Una de ellas me trajo, solícita, el Plato de Fondo: Solomillo de llama a la chicha culli, Quinua real al horno con charquecán deshilado y Paltas con caviar de trucha en vinagreta de mandarina. Cada bocado de carne de llama era como un beso virginal. Para evitar el pasmo y el soponcio, sentí que debía atenuar esa sensación extrema con el sabor neutro de la quinua, pero entonces arremetía la caricia de la palta con caviar de trucha y me restaba peligrosamente el conocimiento. Aun así pude contenerme, mientras la ñusta que me había tomado a su cargo por instrucciones del Señor, me sonreía exhibiendo su tentadora dentadura de choclo tierno, y me alcanzaba el Segundo Plato: Nogada de colitas de vicuña de leche, Tomates en salsa de kirkiña y Queso humacha con papas runas y tuntas. ¿Puede algún mortal resistir esa ofensiva sensual a sus papilas gustativas? ¡Qué combinación más sabia y sugestiva! ¡Y qué levedad de vientre, satisfecho hasta el fondo del alma pero como si no hubiera ingerido sino mariposas! En eso volvió la ñusta, le pregunté su nombre y podría jurar que era tan gracioso como el nombre de la concubina del emperador, pues se llamaba Miski Ñuñu. Me traía el postre: Islotes del Titikaka con chirimoya en crema de lujmilla y tayachas con miel. No me supe dominar y me la llevé postre y todo al dormitorio.
Hoy que escribo estas líneas me siento triste y nostalgioso mientras revivo las últimas y afectuosas palabras de Huayna Capac, que tuvo la amabilidad de visitar la cocina y estampar un sonoro beso en la mejilla de la autora del banquete, Panca Rita del Sol. Tuve el honor de saludarla mientras escuchaba la advertencia del Inca antes de partir al Cusco: “No olvides, Vidriu Ñawi, que éste es un menú de fiesta, porque en campaña sólo comemos pito de cañahua y tostado de chuspillo con leche de llama”.

posted by OJODEVIDRIO 

trancapechoboliviano.blogspot.com

Archivado en: Articulos, Bolivia, Marzo Tagged: Articulo, Bolivia, En la corte de Huayna Capac

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