Degustar es, ante todo, una actitud intelectual y sensorial; en pocas palabras, supone no ser pasivo, sino al contrario, tener todos los sentidos, despiertos y plena concentración, ir al encuentro de los aromas, los perfumes y , finalmente, las impresiones que un sorbo de té puede provocar.
Degustar para apreciar mejor…
Para un producto tan complejo como el té, lo principal es aprender a saber discernir y nomrar los sabores de un té en particular, para poder apreciarlo mejor y, si es necesario, compararlo con otros.
Saber decir algo más que me gusta o no me gusta…
Nuestro sentidos están diseñados de tal manera que rápidamente nos conducen hacia el maniqueísmo del “me gusta/no me gusta”.
¿Por qué? Digamos que este esquema es uno de los vestigios de la época en que sentido del gusto servía para identificar y rechazar los alimentos potencialmente tóxicos, es decir, los que son amargos y astringente, para simplificar.
Hemos heredado este sistema y nos resulta bastante difícil deshacernos de él… El primer paso para liberarnos de él es preguntarnos por qué algo nos gusta y por qué no.
Las particularidades del té al desgustarlo…
Muchos tés poseen un sabor ligeramente amargo y astringente, pero ello no significa que esté malo. Se trata de aprender a acostumbrarse a estos nuevos sabores y descubrir sus infinitas sutilezas en ves de desecharlos sin reparos junto con las experiencias desagradables.
– Sapidez “ligera”: comparado con el café o el chocolate, por ejemplo, los tés tienen sabores menos intensos, sencillamente porque están más diluidos, menos concentrados. Esta sapidez poco marcada del té tiene una ventaja: permite consumirlos sin saturarse; pero también posee un defecto: hay que prestar mucha atención para percibir todos sus sabores.
– Atención a la cafeína: algunos tés tienen un alto contenido de excitantes del tipo de la cafeína. Tenga en cuenta que no se debe sobrepasar cierto límite más allá del cual a menudo aparecen palpitaciones momentáneas y nerviosismo.